Un hombre cogía cada día el autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto iba tirando algo por la ventana.

Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.

— ¡Son semillas! — le dijo la anciana.

— ¿Semillas? ¿Semillas de qué?

—- De flores. Es que miro afuera y está todo tan vacío… Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino. ¿Verdad que sería bonito?

— Pero…tardarán en crecer, necesitan agua…

— Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!

La anciana siguió con su trabajo… Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.

Unos meses después… Yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana del autobús, vio todo el camino lleno de flores… ¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje! El hombre volvió a su asiento y siguió mirando.

—Las flores han brotado, se dijo, pero, ¿de qué le ha servido su trabajo? No ha podido ver su obra.

De repente, oyó la risa de un niño pequeño. Una niña señalaba entusiasmada las flores… – ¡Mira, papá! ¡Mira cuántas flores!

*** *** ***

La anciana de nuestra historia había hecho su trabajo y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir, a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices. Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas.