Durante todo el invierno y la primavera habíamos estado con albañiles en la casa. Parece que la obra, por fin, estaba casi terminada. Fueron cinco meses de continuas molestias y pesares. Quedaba una cosa que me molestaba: era la presencia de una vieja higuera situada en un rincón del patio de la casa.

Era un árbol medio estéril, retorcido, de feo aspecto, con ramas desiguales y carentes de belleza. Mandé que lo arrancasen. Pero cuando iban a hacerlo, surgió una dificultad. Una buena mañana empezó a llover y se detectó una gotera en el tejado del dormitorio de los niños. En ese momento pensé:

— No acabaremos nunca con los albañiles.

Fue preciso desmontarlo y poner unas vigas nuevas para sustituir a las que estaban medio podridas. La obra llevó casi tres semanas más.

Mientras se llevaba a cabo esta obra, la higuera echó unas pequeñas hojas. Para ella ya era primavera. Había hecho un gran esfuerzo para reverdecer.

La contemplé agarrada al suelo, con sus raíces dolorosas y artríticas. Llevaban allí más de doscientos años, luchando contra el viento y contra el frío, para sobrevivir. Yo, que como quien dice acababa de llegar, quería suprimirla sólo porque era fea.

Al anochecer, cuando los albañiles se habían marchado, me acerqué a la higuera. Estaba avergonzado de mi actitud. Le pedí perdón y le di un beso. Ella dejó caer al suelo una de sus tiernas hojas, como dándome a entender que me había perdonado. Aún la conservo como una respuesta. Aquella higuera era la mejor pieza del museo, y no me había dado cuenta.

Esto me hizo pensar en las personas que tienen en su hogar a un anciano, un viejo árbol de ramas secas y dolorosas. Es una suerte. Yo les pido que le traten con especial cariño. Ha luchado muchos años en la vida. Merece nuestro respeto y nuestro amor. Es la mejor pieza del museo de la casa.

Desde entonces aprendí a amar con más intensidad a los débiles, a los pobres, a los viejos, a todos los que nadie quiere. Descubrí su belleza, porque en ellos se palpa de una manera especial el amor de Dios. ¡Gracias, abuelo, por seguir conmigo! ¡Bendito tú si tienes ancianos en casa y los tratas con respeto, agradecimiento y sumo cariño!

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Hoy día los gobiernos nos hablan de las bondades de “la muerte digna”, más conocida con el nombre de “eutanasia”. Nos quieren hacer ver que los ancianos ya no son sino una carga para el Estado, para las familias… y que lo mejor es acabar con ellos. Estos son los que olvidan que los ancianos son necesarios: nos recuerdan lo pasajera que es la vida, nos enseñan a sufrir, nos recuerdan cómo hemos de amar. Los ancianos son preciosos regalos de Dios para una sociedad enferma y degradada.