Es muy realista la escena que Lucas reconstruye del contexto en el que tiene lugar la entrega a sus discípulos de la oración de Jesús al Padre, que siempre ha definido a los cristianos.

Jesús se aparta para orar, como el lector del Evangelio de Lucas se ha acostumbrado a verlo: “Solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración” (5, 16); “En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios” (6, 12); “una vez que Jesús estaba orando solo” (9, 18); “tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar” (9, 28).

La persona que le pregunta sobre la oración es “uno de sus discípulos”, aunque su petición parece hacerse en nombre de todos: “Enséñanos a rezar”. La motivación dada corresponde a la costumbre de la época: cada grupo tenía su propia manera de rezar, los discípulos de Juan, los esenios, los fariseos.

Pero más fascinante debió de ser para los discípulos ver a Jesús rezando con una inusual familiaridad con Dios. Y deseaban poder recurrir a esa misma forma de rezar. Para descubrir su secreto.

De hecho, en esa palabra, “Padre”, está contenido el secreto que los discípulos querían descubrir, y desde ese momento la Iglesia naciente comenzó a imitar a Jesús en su relación con el Padre. G. Ravasi escribe: “A diferencia de Mateo, que utiliza la forma más judaizante y menos original ‘Padre nuestro’, Lucas sólo tiene ‘Padre’, traducido del arameo original utilizado por Jesús, Abbà, ‘padre querido’, ‘papá’. Y en esto no sólo está la ipsissima vox Iesu, está el eco de una palabra histórica de Jesús, como ha mostrado el estudioso alemán J. Jeremias, sino también la voz valiente de la Iglesia que descubre a Dios muy cercano y ‘humano’ en una relación absolutamente nueva e inédita: ‘Estamos ante algo nuevo e inédito, que supera los límites del judaísmo. Aquí vemos quién era el Jesús histórico: el hombre que tenía el poder de dirigirse a Dios como Abbá, y que hizo partícipes del reino a los pecadores y a los publicanos, autorizándoles a repetir esta única palabra: ‘¡Abbá, Padre querido!’ (Jeremías)”.

La parábola que sigue inmediatamente ofrece un nuevo matiz del clima de la relación con el Padre, el de la amistad. Hay tres amigos. Uno llega de repente por la noche de un viaje, sin nada, para pedir hospitalidad al amigo, que tampoco tiene para darle de comer y se dirige a un tercer amigo para insistir en que le preste tres panes.

En pocas palabras Jesús relata toda la vivacidad de la relación fraterna que es también amistad en la Iglesia, y la relación filial que es también amistad con Dios, que es el único que puede ayudar en muchos asuntos en los que intercedemos por nuestros hermanos. El único que puede dar el Espíritu Santo.