Comentario al IV Domingo de Cuaresma
La Cuaresma quiere prepararnos para la gran conquista de la luz sobre las tinieblas que es la Resurrección de Cristo. Y en las lecturas de hoy la Iglesia nos conduce hacia una fe más profunda en Jesús, presentándola como verdadera visión, participación en su luz. Hay una visión que trasciende lo físico. Hay una luz que no es sólo ver, sino también vivir. Hay personas que, simplemente con su vida, dan luz. Por eso San Pablo dice a los Efesios en la segunda lectura de hoy: “Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz”. Y cita un dicho que parece que circulaba en aquella época: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará”.
El Evangelio se centra en este mismo tema con el relato de San Juan sobre la curación del ciego de nacimiento. Este hombre era físicamente ciego, pero gracias a la fe en Cristo recupera la vista. Pero Jesús subraya que su verdadera vista es espiritual, su fe. Nuestro Señor contrasta esto con los fariseos que, aunque físicamente pueden ver, permanecen en la oscuridad espiritual debido a su falta de fe. Así que Nuestro Señor concluye el milagro diciendo: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos”.
La Iglesia nos anima a ver de un modo nuevo mediante el crecimiento en la fe. Podemos hacer todos los actos cuaresmales que queramos, pero si terminamos este tiempo sin una fe más profunda en Jesucristo como Dios hecho hombre y nuestro Salvador, todos nuestros esfuerzos habrán sido inútiles. Queremos vivir en nuestras propias vidas este extraordinario intercambio entre Jesús y el ciego de nacimiento: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”. le pregunta el Señor. Y él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Le has visto, y es él quien te habla”. Y él respondió: “Creo, Señor”, y le adoró. Se nos invita a conocer mejor a Jesús y a verlo más claramente con los ojos de la fe.
La primera lectura habla también de la vista en el episodio del profeta Samuel que encuentra y unge rey a David. Cuando Jesé le presenta a sus hijos mayores, Samuel queda impresionado y piensa que uno de ellos debe ser el elegido. Pero Dios le dice que no se fije en su aspecto ni en su estatura: “No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón”. Y finalmente David, el más joven, un mero muchacho, será el elegido.
La fe nos llevará a ver a los demás más como Dios los ve, a darnos cuenta de su potencial divino a pesar de las posibles primeras impresiones decepcionantes. La fe es una unción, un derramamiento de gracia sobre nosotros, para que podamos seguir a Dios confiadamente como las ovejas siguen a su pastor. Por la fe vemos a Dios, también en los demás, y le seguimos con confianza.