Comentario al IV Domingo de Pascua
El domingo de hoy es conocido como el Domingo del Buen Pastor porque cada año el evangelio se toma de Juan, capítulo 10, en el que Jesús habla de sí mismo como el Buen Pastor.
También se conoce como el Domingo de las Vocaciones porque en 1964 el Papa san Pablo VI estableció este día como una jornada especial para rezar por las vocaciones.
La lógica es evidente y se encuentra en aquellas palabras del profeta Jeremías, cuando Dios dice: “Os daré pastores, según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jer 3, 15). Pidamos a Dios que nos conceda auténticos pastores de almas, que, a imitación de Cristo, estén dispuestos a dar la vida por las ovejas, atender a los débiles, buscar a los perdidos y guiar a todos a buenos pastos.
Israel en tiempos de Jesús era una sociedad profundamente agraria y las ovejas tenían mucha importancia. El rey davídico, el gobernante ungido de la línea de David, era visto como pastor de su rebaño. El propio David era un pastorcillo cuando fue ungido para ser rey: “Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel” (2 Sam 7, 8). Y los israelitas podían ponerse muy tiernos con sus ovejas, como vemos en la parábola que Natán contó a David después del gran pecado de éste. El profeta habla de un pobre hombre que tenía una sola “cordera… La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija” (2 Sam 12, 3).
Pero en el evangelio de hoy (Jn 10, 1-10), Jesús añade un matiz ligeramente distinto. No sólo es el Buen Pastor, como explicará, sino también la puerta del redil, la única forma legítima de entrar y salir de él. Si vemos el redil como la Iglesia, el lugar donde nos alimentamos y nos mantenemos a salvo de los lobos, entonces sólo entramos en él a través de Cristo. Así como Cristo entra en nosotros por la Eucaristía, nosotros entramos en él por el Bautismo. Pero Jesús nos anima a “entrar y salir” del redil, no para abandonar la Iglesia, sino en el sentido de salir de sus confines obvios -la parroquia, la vida hogareña de una familia cristiana- para ir al mundo a dar testimonio de nuestra fe.
Guiados por Jesús, el Buen Pastor, salimos a dar testimonio, con su palabra en el corazón, pero volvemos al redil para ser restaurados, alimentados y renovados. Jesús nos habla aquí de la dinámica misma de la vida cristiana: necesitamos la parroquia y la vida doméstica, pero no debemos quedarnos encerrados en ellas, sino dar testimonio en nuestro trabajo y en nuestro tiempo libre.
Por último, Jesús nos previene contra los falsos maestros, “el ladrón…, que no entra sino para robar y matar y hacer estragos”, que intentan acceder al redil de otra manera que no sea a través de Él. Con tales personas, seamos como las ovejas sensatas de las que habla Jesús: “a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.