Comentario al XVI Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús explica el reino a través de varias parábolas gráficas pero desconcertantes. No se trata de un reino poderoso, conquistador, triunfalista, que arrasa con todo sin esfuerzo. Es un reino constantemente amenazado, constantemente atacado, que no puede deshacer fácilmente el daño que se le hace. Destaca más por su pequeñez que por su tamaño. Surge gracias a un humilde esfuerzo no reconocido, y luego actúa sin ser visto.
Todo esto se desprende de las parábolas que Nuestro Señor utiliza en el evangelio de hoy. La primera parábola, que destaca por ser una de las pocas que Cristo explicó explícitamente, es la famosa historia del enemigo que siembra cizaña en el campo. Vemos la negligencia de quienes deberían haber cuidado el campo (“mientras los hombres dormían”) y su despiste una vez que el resultado de la incursión enemiga ha salido a la luz. Tontamente quieren quitar la mala hierba -demasiado poco, demasiado tarde- pero el terrateniente les dice: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Sólo entonces, en el juicio final, se distinguirán plenamente los hijos del Reino y los hijos del diablo. Ahora bien, debemos vivir en medio del mal, sabiendo que la cizaña también puede introducirse en nuestra propia alma.
Pero no sólo debemos afrontar la realidad cotidiana del mal entre nosotros y dentro de nosotros, sino que debemos aceptar la aparente fragilidad del reino. Crece inexorablemente, pero puede parecer débil y poco impresionante frente a las fuerzas del mal, aunque al final da apoyo a muchos. “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas”.
Por último, “el reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta”. No hay nada de glamour en esta tarea, y su poder actúa sin ser visto.
Finalmente, Cristo vendrá de nuevo con poder y “enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad”. Se revelará toda su Majestad y los justos tendrán parte en ella: “Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre”.
Si queremos participar de esa recompensa celestial, debemos mantenernos firmes frente a las embestidas traicioneras del diablo y sus secuaces; debemos amasar laboriosamente el reino de Dios en nuestras actividades cotidianas, sabiendo que todo lo que hagamos siempre parecerá pequeño, insignificante y apenas será visto. Sin embargo, como los pájaros que anidan en las ramas de un arbusto de mostaza, la gente encontrará descanso en las estructuras que construyamos y disfrutará del buen pan fermentado que nuestras manos han amasado con esfuerzo.