Comentario al XXV Domingo del Tiempo Ordinario
“Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca”. Así nos lo dice el profeta Isaías en la primera lectura de hoy. Pero “buscar al Señor” es también responder a su búsqueda de nosotros. No hacerlo podría condenar nuestra vida, o parte de ella, a la frustración y al despilfarro. El Evangelio nos enseña que Dios nos llama en momentos y tiempos determinados y, si somos negligentes, podemos dejar de responder a esas llamadas. Dios nos busca también para que participemos en su obra, como obreros en su viña.
Basándose en las prácticas laborales de la época, Jesús nos enseña una parábola que nos da muchas lecciones sobre la respuesta humana a Dios y nuestra sensibilidad o no a sus llamadas. Algunas personas están dispuestas a trabajar desde el primer momento. Puede tratarse de quienes abrazan su vocación -al sacerdocio, a otras formas de celibato apostólico o al matrimonio- a una edad temprana. Pero otros pueden ser más lentos en descubrirla, no quizá sin cierta culpabilidad. Así lo sugiere el hecho de que Jesús nos dijera que aquellos hombres estaban “sin trabajo”, a pesar de que todavía era temprano: alrededor de las 9 de la mañana. ¿Por qué demorarse un solo instante en responder a la llamada de Dios? Hacerlo, aunque solo sea durante algunos meses o años, es un desperdicio de nuestros talentos y nos lleva a perder preciosas oportunidades de participar en la obra de Dios.
Otros pueden retrasarse aún más. Están en el radio de Dios, allí en el mercado, pero no acaban de captar el mensaje de que Él tiene trabajo para ellos, como los católicos que van regularmente a misa los domingos, e incluso rezan un poco, pero no consiguen oír que Dios les llama a hacer más.
Por último, los llamados “cuando oscureció” son personas que han malgastado su vida en el pecado o el egoísmo o que han encontrado persistentemente la manera de esquivar a Dios, aunque Él siempre los estaba buscando. Estaban allí y Él los vio, pero ellos pensaron tontamente que habían escapado a su vista. Pero incluso para ellos es posible una conversión de última hora y hay, gracias a Dios, almas que se convierten cerca o a punto de morir.
Pero la parábola termina con un giro. Dios es tan misericordioso que puede decidir recompensar a los que llegan tarde con la misma generosidad que a los que empezaron antes. No tiene por qué hacerlo, pero podría, porque todo procede de Él, incluso nuestras buenas acciones, así que puede distribuir su gracia como quiera. Los “madrugadores” se quejan. “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Pero aquí Dios nos da una lección a los que le dedicamos nuestra vida a una edad temprana. No debemos pensar que somos mejores por hacerlo o que necesariamente merecemos más. A pesar de todos sus años de trabajo, esta gente había olvidado una verdad clave: cuando trabajamos para Dios, incluso cuando es duro, no le estamos haciendo un favor. Al contrario, el propio trabajo es una bendición y parte de nuestra recompensa.