Comentario al XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Para que un barco o avión llegue a su destino, tiene que estar comprobando constantemente que está siguiendo la ruta correcta y haciendo las rectificaciones necesarias. Y si conduciendo nos damos cuenta de que nos hemos equivocado de camino, el sentido común nos dice que nos demos la vuelta para recuperar el camino correcto. Lo mismo ocurre en la vida espiritual y de esto es de lo que nos hablan las lecturas de hoy.
¿Cómo de dispuestos estamos a cambiar, a corregir nuestro rumbo, a admitir que estábamos equivocados? Jesús plantea estas preguntas a través de la gráfica parábola de dos hijos a los que su padre envía fuera a trabajar. El primero expresó su voluntad de ir, pero no lo hizo. Quizá pretendía ir, pero se distrajo. Y luego, una vez tomó la decisión incorrecta, no fue capaz de cambiar y hacer lo correcto. Pero el otro, aunque hizo mal en rechazar al principio la petición de su padre, reconoció su error y se puso de verdad en camino a la viña para comenzar a trabajar.
El primer hijo, a pesar de su aparente buena voluntad, siguió por el camino de la desobediencia. El segundo hijo fue lo bastante sensato como para dar media vuelta y acabó en el lugar correcto. A continuación, Jesús aplica la parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos, así como a los recaudadores de impuestos y a las prostitutas. Estos últimos, aunque iban en la dirección equivocada por sus acciones pecaminosas, tuvieron la sensatez de cambiar de dirección, de convertirse, gracias a la predicación del justo Juan Bautista.
Los sacerdotes y los ancianos, aunque en principio vivían un “sí” a Dios, como resultado de su estado de vida, en realidad no respondieron a la llamada de Dios a través de Juan. Su aparente sí se convirtió en un verdadero no.
La voluntad de rectificar es esencial para la vida cristiana. Nunca debemos pensar que nuestra posición nos impide admitir que nos equivocamos. Esto puede ocurrir, por ejemplo, con las personas que tienen autoridad, incluso con los padres. Piensan que su misma autoridad les impide admitir su error, como si fueran a quedar mal al hacerlo. Pero de este modo no hacen más que agravar su error y avanzar más y más por el camino equivocado.
Todos debemos vivir en estado de arrepentimiento y eso significa rectificar muchas veces al día. Pedir perdón es profundamente cristiano. Es bueno hacer numerosos actos de contrición cada día y pedir perdón también a los demás, siempre que lo necesitemos, también a los que están bajo nuestra autoridad. Nunca es demasiado tarde para reconocer que nos hemos equivocado, ni para dar marcha atrás si vamos por mal camino.
Dios siempre nos dará la gracia que necesitamos para hacerlo. Y, por supuesto, el mejor medio para cambiar del camino equivocado al correcto es el Sacramento de la Confesión. Allí no es solo el profeta Juan el que nos llama a admitir nuestros pecados, es Jesucristo mismo el que nos da la gracia que necesitamos para confesarlos y liberarnos de ellos y empezar a vivir de una manera nueva, la correcta.