Comentario al II Domingo del Adviento
La figura de Juan Bautista está muy presente en el Adviento. Estamos esperando la venida de Cristo y Juan fue enviado a preparar a Israel para la llegada de Nuestro Señor. Sin embargo, tenemos que estar preparados, abiertos a la gracia de Dios. La primera lectura de hoy lo sitúa todo en su contexto. Israel había pecado (y recordemos que nosotros también somos el nuevo Israel en nuestra pecaminosidad) y había sido castigado por Dios.
Pero el Señor, a través de Isaías, ofrece un mensaje de consuelo. Qué apropiado es esto para el Adviento: ¿qué puede ser más consolador que la venida del Dios todopoderoso como un niño pequeño e indefenso que necesita nuestro afecto?
Dios quiere consolarnos si estamos dispuestos a ser consolados. “Su pecado es expiado” y Dios prepara un camino para que los exiliados en Babilonia regresen a su propia tierra (parte del castigo por los pecados de Israel fue el exilio en esta gran ciudad pagana). Se prepara un camino recto para Israel, con montañas y colinas rebajadas y acantilados allanados.
No tenemos que entender esto literalmente, como si Dios se dedicara a la jardinería para ayudar al pueblo de Israel a volver a casa. Se trata simplemente de que Dios está simplificando todo para que el pueblo regrese a Él.
Somos nosotros los que complicamos las cosas. De hecho, parte de nuestra conversión en este Adviento bien podría ser el esfuerzo por ser más sencillos y directos, por tratar de evitar el doble juego y la falta de sinceridad.
Juan se presenta deliberadamente como una figura del tipo de Elías, ejerciendo su ministerio en la misma zona e incluso vistiendo el mismo tipo de ropa áspera que el profeta solía llevar nueve siglos antes de Cristo, una prenda de piel de camello.
Todos esos siglos antes, Elías había sido enviado para convertir a Israel de su doble juego, cuando intentaban adorar tanto a Dios como al falso dios de la fertilidad Baal, cuyo culto permitía numerosas formas de inmoralidad.
Actuando así, el Bautista cumplía las antiguas profecías de que Elías volvería. Se esperaba que Elías -que había sido llevado al cielo aparentemente vivo en un carro de fuego- regresara. No regresó en persona, pero Jesús explicó que Juan cumplía esta profecía: él mismo era como un nuevo Elías.
Juan señala el poder mayor de aquel a quien espera, Jesucristo, que bautiza con el Espíritu Santo, con Dios, porque él mismo es Dios. Las lecturas quieren hacernos más conscientes del poder de Dios, también a lo largo del tiempo. La segunda lectura nos enseña que Dios está totalmente más allá de nuestro limitado concepto del tiempo: “Para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día”.
Se nos invita a ser conscientes del poder salvador de Dios, también para no caer en el pesimismo o la desesperación, como si nuestra situación fuera irremediable. Dios puede actuar para salvarnos y está dispuesto a hacerlo: solo quiere un poco de honradez por nuestra parte.