Cuentos con moraleja: “Consejos para vivir un buen matrimonio”
Un hombre y una mujer estuvieron casados por más de 60 años. Durante todo ese tiempo habían vivido pacíficamente, hablaban de todo y nunca habían tenido un secreto para el otro. Lo único que no compartían era una caja de zapatos que la viejita tenía en su armario: ella le había pedido a su esposo que nunca la abriera ni le preguntara sobre ella. Durante todos estos años él nunca pensó en la caja.
Un día la viejita enfermó gravemente. Llamó al doctor y este le dijo que la enfermedad era terminal y ya no se podía hacer mucho por ella.
El viejito tratando de arreglar todas las cosas de su anciana esposa antes de que muriera abrió el armario donde su esposa guardaba su ropa, los recuerdos…, y al fondo del todo, casi escondida entre la ropa, vio la “caja de zapatos”. La tomó y se la llevó a su esposa a la cama. Ella, incorporándose un poco, le dijo a su esposo que ya era tiempo de que supiera lo que había dentro.
- ¡Abre la caja!,dijo la esposa con débil voz.
Cuando la abrió, encontró dos muñecas de trapo y 95.000 €.
El viejito, sorprendido, le preguntó sobre el contenido de la caja. A lo que ella le respondió:
- Cuando nos casamos, mi abuela me dijo que el secreto de un buen matrimonio consistía en evitar las discusiones acaloradas. Me insistió en que cada vez que me enojara contigo yo debería guardar silencio y coser una muñeca de trapo.
El viejito se tuvo que contener para no derramar unas lágrimas, ya que sólo había dos muñecas en la caja. Él no se lo podía creer pues solía tener un carácter bastante fuerte. Entonces, el viejito, sumamente conmovido, le dijo a su mujer:
– Mi vida, entendí lo de las muñecas…pero, ¿y el dinero? ¿De dónde salió?
– ¡Ah!, le dijo la viejita, ese dinero es lo que gané con todas las muñecas
que vendí durante todos estos años.
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De pequeño solía pelear mucho con mi hermano que tenía dieciséis meses más que yo. Raro era el día que no teníamos que estar sentados y en silencio durante media hora como castigo por haber estado peleando. Recuerdo que mi madre no dejaba de decirme: “Lucas, si uno no quiere, dos, no riñen”. En esos momentos no entendí el mensaje. Con el paso de los años me di cuenta de que en él había una profunda filosofía cristiana de fondo.
Ahora, a mis sesenta y tantos, ya forma parte de mi modo de ser. He aprendido a hablar midiendo las palabras y también he aprendido a escuchar con paciencia y caridad. Esto me ha evitado muchos problemas con mi familia, feligreses, amigos… Puede que al final de nuestras vidas, cuando examinen nuestra caja de zapatos, también encuentren algunas muñecas de trapo y bastante dinero; pero al menos nunca dimos muestras de haber perdido los nervios y, lo que es más importante, aprendimos a convivir con todos.