Comentario al V Domingo de Pascua
“Yo soy la verdadera vid”, dice Jesús en el evangelio de hoy. Pero esto implica que puede haber falsas vides, que ofrecen frutos que parecen suculentos pero que acaban estando podridos e incluso son venenosos. Adán y Eva podrían decirnos un par de cosas sobre comer la fruta equivocada. Siempre que buscamos algo que no viene de Dios o que va en contra de sus leyes, se trata de una vid falsa. Puede tratarse de algún objetivo terrenal que nos aleja de Dios y de nuestra familia, o de una relación que no sigue las enseñanzas morales católicas. Pensábamos que habíamos encontrado una vid rica, pero resulta que ofrece frutos amargos.
Todas las vides de nuestra vida deben proceder, en última instancia, de Dios: Él debe ser el plantador y el labrador. Tenemos que someterle nuestros planes y procurar ejecutarlos según su voluntad. Si lo hacemos así, Él hará que fructifiquen. Si no lo hacemos, se marchitarán y morirán. Pero esto requiere también la acción podadora de Dios. Nada crece plenamente si no se le quita algo. Un gran escultor tiene que cortar, al principio, grandes bloques con fuertes golpes y después con cuidadosos astillados. En una vid o en un árbol frutal hay que cortar los frutos muertos y las ramas. Nunca debemos pensar que no tenemos nada que cortar. Hay mucho en nosotros que necesita ser cortado: defectos, bienes innecesarios o ciertamente nuestro ego necesita ser constantemente rebajado. Pero cualquier corte, por doloroso que pueda parecer, es solo para nuestro crecimiento.
“A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca”. No debemos quejarnos si Dios nos quita cosas. Es solo para que podamos crecer más y mejor. Puede que nos quite algo porque nos hacía daño o impedía nuestro crecimiento espiritual. “Y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”. Dios quita para que podamos florecer. Tendemos a contentarnos con nosotros mismos con demasiada facilidad. Producimos unas cuantas naranjas y pensamos que lo hemos hecho bien, pero Dios quiere que produzcamos una cosecha abundante. Pensamos que basta con hacer un pequeño bien a nuestra familia inmediata y el Señor quiere que sirvamos a toda la comunidad.
¿Qué es dar fruto? Es una vida de virtud, abriéndonos cada vez más a la “luz del sol”, a la gracia del Espíritu Santo. Es hacer el bien a los demás, tener los hijos que Dios quiere que tengamos, promover los valores cristianos en nuestro entorno… Pero esto necesita perseverancia, mantenernos en lo que hemos empezado, como el sarmiento se mantiene unido a la vid. Por eso dice Nuestro Señor: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí».