Comentario al Domingo XV del Tiempo Ordinario
Después de profetizar la muerte de Jeroboam y el exilio de Israel, Amós, natural de Judea, enviado por Dios a profetizar en el reino del norte, es invitado por el profeta oficial del reino, Amasía, a regresar a Judea. Su experiencia ayuda a enmarcar la naturaleza del profeta: es llamado y enviado por Dios. Amós oye estas palabras: “Vidente: vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan, y allí profetizarás. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino: Pero Amós respondió a Amasías: ‘Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: Ve, profetiza a mi pueblo Israel’”. La vocación de Amós no tiene lugar por razones de linaje o de ciencia, sino solo por elección divina.
El prólogo de la carta a los Efesios es una bendición que es paradigma de la profecía de Pablo, e ilustra siete aspectos de la acción de Dios con el hombre: la elección de Dios, la predestinación a la filiación divina en Cristo, la redención en su sangre, la revelación del misterio de la recapitulación en Cristo de todas las cosas, el ser herederos en la esperanza, el don del Espíritu prometido y el vivir para alabanza de Dios y para su gloria. Una síntesis admirable del mensaje que difunde el evangelizador.
En Marcos leemos una recopilación de dichos breves del Señor, que dibujan un retrato de la forma de evangelizar de sus discípulos. No son enviados singularmente, sino con otro, con el apoyo del bastón para la debilidad del cuerpo y el apoyo del hermano para cualquier otra necesidad de fraternidad y de comunión. Tienen el mismo poder que Jesús para echar fuera los espíritus inmundos.
El desprendimiento es radical: “Les mandó que no llevasen nada para el camino: ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa; sino solamente un bastón; y que fueran calzados con sandalias y que no llevaran dos túnicas”. No son estas las cosas en las que encontrar apoyo. Su destino son las casas: el lugar donde se vive y se ama, donde cada uno es cada uno, donde está la familia. Esto nos recuerda las conversiones, en tiempos apostólicos, de toda una familia al escuchar el anuncio del Evangelio: “Y si en algún sitio no os acogen ni os escuchan, al salir de allí sacudíos el polvo de los pies en testimonio para ellos”. Aceptan no haber sido acogidos y escuchados: no se alejan cargados ni siquiera con un grano de polvo de rencor, de juicio o de malo pensamiento. Lo dejan en las manos de Dios y se olvidan. Predican y curan, como Jesús. Ungen con aceite muchos enfermos, símbolo del estilo de su actuación, que cura y suaviza. Unción que nos remite a ese Evangelio cada vez que la ofrecemos o la recibimos.