Comentario al XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
El libro de la Sabiduría narra el amor de Dios por los hombres pecadores: “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto a los pecados de los hombres para que se arrepientan”, y explica su método: “Corriges poco a poco a los que caen”. Jesús hace visible este amor misericordioso también en su encuentro con Zaqueo en Jericó, que es el último encuentro personal con Jesús que narra Lucas antes de su entrada en Jerusalén para su pasión. Poco antes aquel rico se había ido triste, y Jesús había comentado que era difícil para un rico entrar en el reino de Dios, pero que para Dios incluso esto era posible. La conversión de Zaqueo es una confirmación. Lucas lo presenta como “jefe de los publicanos”, un hombre en la cúspide del éxito profesional y perteneciente a una categoría odiada por el pueblo elegido. Por su parte, tiene el deseo de ver quién es Jesús y se muestra libre de las posibles burlas o críticas de sus conciudadanos: se encarama a un árbol frondoso. Su acción está definida con verbos de movimiento: “Buscaba ver, corrió, subió”, pero la acción de ver, por la que subió al sicomoro, se dice sólo de Jesús, que “levantó los ojos”. Porque la mirada de Jesús llega antes. Zaqueo no lo conocía, Jesús se anticipa a él, llamándolo por su nombre porque lo conoce desde siempre.
La mirada de Jesús sobre nosotros es constante, el llamarnos por nuestro nombre y su invitación a vivir con él en la intimidad sucede “hoy”, un reflejo en el tiempo del siempre de la eternidad: “Es necesario que hoy me quede en tu casa… Hoy ha sido la salvación de esta casa”. A nuestro tímido intento de acercamiento, quizá por curiosidad, responde con una mirada de amor, con el conocimiento de nuestro nombre y la autoinvitación a comer con nosotros. “Es necesario” traduce el verbo “deo”, con el que Jesús manifiesta que el designio del Padre debe cumplirse. Debe ocuparse de los asuntos de su Padre, debe sufrir a manos de los dirigentes del pueblo… Y debe buscar a la oveja perdida: ha venido por los pecadores.
El método que activa no es el de la predicación o la exhortación: no pide a Zaqueo la conversión como condición para entrar en su casa: va con él y hacia él, pecador en camino, y con la presencia amistosa, la mirada que revela la del Padre, la simpatía, la no condena pública de su pecado, abre el corazón de Zaqueo a la conversión. Que no está hecha sólo de sentimientos, sino de gestos concretos y visibles de restitución y limosna, de atención hacia esos mismos pobres a los que antes había robado. Como escribe Pablo a los Tesalonicenses, es Dios quien obra el bien en nosotros, y por eso pide: “Para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación, y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien”.