Cuentos con moraleja: “Salvado por tres ducados”
En los primeros días del año 1200 una carroza real tirada por seis caballos blancos y rodeada de una nutrida escolta de caballeros partía de la corte real de Valladolid con dirección a Francia. En el interior viajaba la infanta Dª Blanca de Castilla, hija del Rey Alfonso VIII y prometida del Rey de Francia Luis VIII.
En la frontera la esperaba su prometido y juntos se dirigieron a Paris. Al pasar por Toulouse dieron con la Plaza principal de la Villa donde iban a ajusticiar a un criminal. Lo acompañaban los jueces y el verdugo, en medio de la gran multitud atraída por la curiosidad que ese género de acontecimientos siempre despierta.
Llegando frente a la horca, la reina vio al infeliz condenado ya con la cuerda al cuello. No pudo contener un grito y escondió el rostro entre las manos. El rey, entonces, se detuvo e hizo un gesto al verdugo para que esperase. Y, dirigiéndose a los jueces, dijo:
- Señores magistrados, como señal de bienvenida la reina os pide que sea de vuestro agrado conceder a este hombre el perdón.
Esta intervención del rey fue recibida por unos con alegría y por otros con sorpresa. Pero los jueces respondieron:
- Majestad, este hombre cometió un gran crimen para el que no hay perdón, y, aunque nuestro deseo sería agradar a nuestra señora la reina, estamos maniatados por la ley, que exige que sea ahorcado inmediatamente.
- ¿Existe en el mundo una falta que no puede ser perdonada?-preguntó tímidamente la reina.
- Ciertamente que no — respondió un consejero del rey.
Y recordó que según la costumbre del país cualquier condenado, por peor que fuera su crimen, podría ser rescatado con la suma de 1.000 ducados.
El rey abrió su bolsa y sacó 800 ducados de ella. La reina, a su vez, registró la suya y solo encontró 50 ducados, dijo:
- Señores, ¿no es suficiente para este pobre hombre la suma de 850 ducados?
- La ley exige 1000 ducados– repitieron los magistrados, inflexibles.
Entonces, todos los hombres del séquito real echaron mano en sus respectivas bolsas, en busca de más monedas, entregándolo todo a los jueces. Hicieron cuentas y anunciaron:
- Son 997 ducados, ¡aún faltan 3!
- ¿Por la falta de 3 ducados este hombre será ahorcado?– exclamó perpleja la reina.
- ¡No se trata de una exigencia nuestra, sino de la ley! ¡Nadie puede cambiar la ley!
E hicieron una señal al verdugo, que se acercó con la cabeza cubierta con una capucha negra, preparándose para el acto final. De nuevo intervino la reina:
- ¡Deteneos! Revisad primero a este pobre miserable. Tal vez tenga consigo 3 ducados.
Con escepticismo, el verdugo revisó al condenado y encontró en uno de sus bolsillos 3 ducados. Se completó por fin la suma necesaria. El criminal fue perdonado y acogido amablemente por el rey y por la reina.
La bondadosa reina era una perfecta cristiana con una piedad y caridad reconocida años después por toda Francia. Blanca de Castilla fue la madre del Rey Luis IX, que hoy conocemos como San Luis Rey de Francia.
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Y la narración termina de la siguiente forma:
¿Quién es el hombre que, a punto de ser ahorcado, fue salvado por la bondad del rey, por la intercesión de la reina y la ayuda de los caballeros del séquito real?
Bien podría ser cualquiera de nosotros.
En el día del Juicio, sin duda nos salvará la misericordia de Dios, la intercesión de la Virgen María y los méritos de los santos. Pero todo eso no valdría de nada si no lleváramos con nosotros por lo menos 3 ducados de buena voluntad… y de buenas obras hechas a lo largo de nuestra vida.