Comentario a la Fiesta de la Sagrada Familia
La belleza del ciclo trienal de la Iglesia es que algunas fiestas pueden considerarse bajo diferentes luces ayudadas por las lecturas particulares de ese año. La solemnidad de la Sagrada Familia es una de ellas. Y las lecturas de este año nos llevan al Templo de Jerusalén, cuando José y María llevaron al niño Jesús para consagrarlo al Señor. Lo que vemos en este evangelio es cómo una forma de fidelidad a Dios inspira otra. También vemos una maravillosa unión en Dios a través de las generaciones, lo que podríamos llamar “una sinfonía de generaciones”, en la que una joven pareja y dos ancianos se unen para servir y alabar a Dios.
“Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: ‘un par de tórtolas o dos pichones’”. José y María son escrupulosamente fieles a la ley. Qué alegría da a Dios que los matrimonios jóvenes lleven cuanto antes a sus recién nacidos al Bautismo, para que éstos puedan ser hechos hijos de Dios sin demora. “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí”, dijo Jesús. Pero la fidelidad de José y María “desencadena” la del anciano Simeón, inspirado por el Espíritu Santo que coreografía claramente todo lo que sucede. Él, el Paráclito, lo estaba preparando todo, también a través de los años de oración y ayuno de la anciana Ana, que aparece un poco más tarde. “Impulsado por el Espíritu, fue [Simeón] al templo”: en ese preciso momento. Porque un hombre abierto al Espíritu Santo siempre acierta en el momento oportuno. Y poco después llega Ana, tras unos 60 años de adoración constante a Dios en el Templo.
Los cuatro adultos, dos jóvenes, dos ancianos, comparten un canto de alabanza a Dios que es tanto más hermoso cuanto que incluye voces jóvenes y ancianas.
Qué inspirado por el Espíritu está el Papa Francisco al insistir tanto en el papel y el valor de los ancianos en la Iglesia y en la sociedad, en un momento en que tantos de ellos están siendo descartados. También su voz forma parte de la sinfonía de alabanza que Dios desea.
La familia se extiende a través de las generaciones: debe incluir a los hijos, muchos de ellos, con una generosa apertura a la vida, pero con un cuidado igualmente generoso de sus miembros más ancianos.