Comentario al Domingo XII del Tiempo Ordinario
La liturgia de este domingo nos presenta al profeta Jeremías, pidiendo ayuda a Dios contra sus enemigos y apoyándose en Él para no desfallecer. Y el Señor explica, en el Evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed al que puede enviar al fuego alma y cuerpo”.
Jesús señala en este pasaje dónde está el verdadero mal: el que puede mandar al fuego al ser humano. Y éste es el pecado. Es lo único a lo que un cristiano debe tener miedo. Las cuestiones que afectan solo al cuerpo no deben ser temidas por un hijo de Dios; aunque en alguna ocasión fuesen dolorosas. Y es que la salud del alma es más importante que la del cuerpo. Incluso admitiendo que la del cuerpo también tiene su importancia, no despreciable.
San Pablo nos ha dicho en su Carta a los Romanos: “Por un hombre entró el pecado en el mundo; y por el pecado, la muerte”. Esta “muerte por el pecado” es lo que hemos de evitar, pues se trata de una muerte definitiva y eterna; la que el Señor anunciaba como “fuego para el alma y el cuerpo”.
¿Cómo evitar dicha muerte?, porque todos somos pecadores… Hay un doble camino para ello: huir de las tentaciones y ocasiones de pecado, y pedir perdón si hemos caído en ellos. Sobre el arrepentimiento y la misericordia y el perdón de Dios, ya hemos hablado en diversas ocasiones. Nos centraremos, pues, en las tentaciones y ocasiones de pecado.
Jesús, que tantas veces en el Evangelio dice “¡no tengáis miedo!”, en esta ocasión –por el contrario- nos anima a temer al pecado y a su fuego. Se trata de un miedo santo; no temor a nadie, sino a nosotros mismos: a nuestra personal debilidad ante el pecado. Ese miedo nos impedirá caer en la tentación.
No se trata de vivir asustados por el pecado. Hoy en día mucha gente vive asustada por el terrorismo o las guerras; nosotros no. Pero sí de tener la sensibilidad espiritual suficiente para detectar la tentación, y evitarla.
Sería una ingenuidad pensar que no hay tentaciones. Basta salir a la calle, asomarse a internet, regentar un negocio, ver un rato la tele, montar una pequeña empresa… para que surja la tentación con enorme facilidad. Tentaciones contra cualquiera de los diez mandamientos. No pensemos solo en los pecados contra la castidad. El orgullo, la falta de honradez en compraventas, los juicios temerarios del prójimo, las calumnias y murmuraciones, las blasfemias, las faltas de cariño con el cónyuge, con los padres o con los hijos, etc, etc.
Cada día de nuestra vida está repleto de tentaciones. No nos asustan, pero el Santo Temor de Dios nos lleva a tomar las medidas necesarias para evitarlas; huyendo de las ocasiones que nos aproximan a esos pecados, que pueden arrojar alma y cuerpo al infierno.