Celebramos hoy, con la Iglesia entera, la solemnidad de Todos los Santos. Como leemos en el Apocalipsis, cantamos todos juntos: “La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza, son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos”. Es el cántico eterno de los ángeles y los santos del cielo.

Pero haríamos mal en suponer que se trata de una cuestión referente al más allá, a la vida celestial, no a la nuestra. Quien levanta aquel cántico es toda la Iglesia: la del cielo, la del purgatorio y la de esta tierra; situaciones distintas, pero unidas por la fe y la caridad. Solo el infierno carece de la comunión íntima con esta Iglesia trascendente, que borra las diferencias de espacio y tiempo para entrar en comunión con Cristo y, por Él y en Él, con el Padre y el Espíritu Santo.

Por la caridad, la Iglesia de la tierra –constituida por hombres y mujeres pecadores- se mantiene unida a los difuntos que están en el Purgatorio, terminando de purificar sus pecados. Podemos rezar y ofrecer sufragios por ellos, seguros de que también ellos oran a Dios por nosotros.

Y, en cuanto a la Iglesia celeste, los fieles viven allí una caridad infinitamente más grande que la nuestra. Por ello, si unimos nuestras oraciones a sus alabanzas a Dios, también ellos volcarán su caridad con nosotros, ayudándonos a caminar hacia el cielo como ellos hicieron. La devoción popular a los santos se basa precisamente en esta comunión de caridad, que les mueve a rogar encarecidamente a Dios por nosotros y nuestras necesidades.

Son millones y millones de santos, la gran mayoría anónima y desconocidos para nosotros, que alaban a Dios cuando quizá nosotros no lo hacemos, y le piden que derrame su misericordia sobre la Iglesia de la tierra y sus fieles.

Por nuestra parte, ¿qué podemos hacer para mantener la comunión con la Iglesia del Cielo y del Purgatorio? Como es lógico, comenzar a mantener la comunión entre nosotros, de manera especial dentro de la Iglesia. Si alguien no es capaz de vivir en paz con quienes le rodean, ¿cómo puede pretender vivirla con quienes están lejos? Además de lo cual, podemos seguir los consejos de Jesucristo que hoy vienen recogidos en el Evangelio de San Mateo: las Bienaventuranzas. Aprender a buscar el Reino de Dios antes que los intereses humanos; anteponer la pobreza a las riquezas; tratar a todos con justicia y caridad; trabajar por la paz; llevar con paciencia las contradicciones y defectos ajenos; perdonar las ofensas…

Todo esto, realizado con ánimo de configurar nuestra vida con la de Jesucristo, nos une a Él y, con Él, a los santos y ángeles del cielo y, en definitiva, a Dios Uno y Trino.