San Lucas nos cuenta la historia de Zaqueo: un hombre adinerado, cobrador de impuestos para los romanos y, por ello, mal visto por los judíos. Desea ver a Jesús que pasa por la ciudad de Jericó, pero su escasa estatura se lo impide ante el tumulto de la gente.

No por ello ceja en su empeño, y se sube a un árbol para verle cuando pase por allí. Su constancia tiene premio y, no solo ve a Jesús, sino que éste le dice que se alojará en su casa. El tesón de Zaqueo nos sugiere que, para conocer a Jesús, escucharle y seguirle, hace falta un interés positivo y el esfuerzo consiguiente.

Quien busca a Jesús, lo encontrará; porque Cristo se hace el encontradizo con quien le busca. Pero buscarle supone sacrificio: estar dispuesto a gastar tiempo e interés en el empeño. Si alguien se quedara sentado en su casa, esperando que Dios se le acerque, tendría muy poca probabilidad de encontrarle.

Hay muchos relatos de conversiones, y siempre destaca en ellos la acción de la gracia divina sobre quien se convierte. Pero es frecuente que, el mismo interesado, tenga ya una inquietud en el corazón –o un vacío en su vida- que le hace buscar a Dios, aunque sea inconscientemente. Zaqueo buscó al Señor y Jesús le pagó su interés al ciento por uno.

Después llegó la consecuencia del trato con el Maestro: durante la cena, «se puso en pie» y dijo: «Doy la mitad de mis biens a los pobres y, si en algo he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más». El Señor se alegra porque Zaqueo ha recibido la gracia de la salvación, «pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

El encuentro con Dios cambia a las personas. Todos aquellos conversos lo reflejan en sus memorias. El Papa explica que el encuentro con Cristo es siempre «performativo». Produce, en quien se le acerca, la conversión del corazón, de manera que aprende a llenar su vida de fe, esperanza y caridad. Virtudes que se manifiestan de inmediato en cuantos le rodean. Aprende a mantener la alegría ante las dificultades; a convivir con todos, a pesar de los defectos humanos; a defender la paz en su entorno (familia, amigos, conocidos…); a anunciar el Evangelio de la Verdad a quien muestre interés; a ocuparse más de las personas que de las posturas ideológicas que les mueven; etc. ¿De dónde sacan, los auténticos creyentes, la fuerza que les permite mantener estas posturas incluso ante el peligro de martirio, cuando se da? Precisamente de aquel encuentro con Jesucristo. Para ellos, Jesucristo no es un personaje histórico, alguien que vivió hace veinte siglos y dijo unas cosas muy bonitas.

Es, ante todo, su Amigo; y el Amor a Él les comunica la fuerza interior que sostienen su fe.